6/23/2006

La perfecta ama de casa


Leyendo un blog de un gringo escéptico, caí en un post que relataba una noticia impactante. Resulta que un leñador croata se tuvo que hacer un transplante renal. El tema es que ahora está presentando una demanda, porque recibió un riñón de mujer. ¿Y qué tiene? pensarán ustedes. Pues bien, el tipo alega que desde que le pusieron el riñón femenino que ya no disfruta saliendo con sus amigotes a emborracharse, sino que ahora ha "desarrollado una extraña pasión por labores femeninas tales como planchar, coser, lavar platos, ordenar la ropa en los guardarropas e incluso tejer"(traducido, pero sic). Que antes esperaba que su esposa hiciera esas cosas, pero que ahora lo encontraba relajante, y se sentía realizado. ¿Qué tal? Extraña pasión... Hasta lo que yo sé, ninguna mujer se apasiona por el planchado y por la limpeza de WC. Ni se siente realizada por separar la ropa de invierno de la de verano. Pero existe el mito de que no sólo estamos genéticamente diseñadas para este tipo de labores, sino que además nos fascinan. Ustedes dirán que este comentario es antediluviano, pero no se crean. Hace un par de años fui a un asado de reencuentro de generación del colegio, y algo que me llamó fuertemente la atención fue que mientras los hombres corrían detrás de una pelota (porque ahí si que están genéticamente diseñados...) el 95% de las mujeres estaban en la cocina, haciendo ensaladas. Pasé por la cocina, y todas estaban con cara de lata. Me miraron con bastante odio cuando me corrí olímpicamente de la pelada de papas. Y varios de los Ronaldinhos frustrados miraron como insinuando que era una floja por no picar cebolla. No digo que todos, pero sí algunos. Les aseguro que se habrían sorprendido si alguna mujer se quejara de haber estado encerrada desvenando apio. Para ellos, el equivalente de la pichanga masculina es encerrarse en una cocina oscura a hacer comida. Y también, ¿cuál es el afán de amargarse la vida las minas? Nadie les dice directamente que hagan esas cosas. Solitas se meten en lo que incluso ellas consideran "su lugar". Y después se quejan. Porque si no lo hacen ellas, ¿entonces quién? Ni se les ocurre que quizás nadie debería hacerlo, o el que quiera comer ensalada que se haga una. Pero no es así la cosa. Claro, si alguien quiere tomate, que lo pele una mujer. Los hombres dirán que no saben pelar tomates. Ni tomar guaguas. Ni mudar guaguas. Ni nada que sea medianamente tedioso/asqueroso/rutinario. Obviamente hay hombres que son la honrosa excepción a la regla (por suerte mi novio es uno de ellos). Y también hay mujeres que detestan cualquier labor doméstica, o que simplemente son pésimas haciéndolas. Yo no sé coser. Igual lo hago, por necesidad, pero no me queda bonito. Apenas funcional. Odio lavar cualquier cosa: platos, baños, ropa. Detesto pasar la aspiradora, jamás he planchado, mi closet es caótico, lo único que me gusta es cocinar, y eso a veces. Ergo, la cuestioncita no es genética. Por otro lado, ¿por qué un riñón de mujer le va a quitar las ganas de salir a emborracharse con los amigos? Aaaahhh, se me olvidaba: las mujeres somos caseras "por naturaleza", abstemias "por genética", quitaditas de bulla. O al menos deberíamos aspirar a serlo. ¿Machismos anacrónicos de un croata ignorante? No se crean. El hermano menor de una amiga se casó, y una de sus primeras peleas fue cuando su mujer, que trabajaba y criaba a su hija, le sirvió la comida, él le espetó que no se había casado para comer tallarines. Cáchense el perlita. Y la cosa es mediáticamente común. ¿Cuántos comerciales de detergente o lavalozas se dirige exclusivamente a un público masculino? Cosa de ver el de Suavitel. Papá y niñito se van juntos a pescar. Mamá abre la botella de suavizante Suavitel y se acuerda de su hijo. Hablan por celular. El hijo huele su chaleco, con olor al producto, y se acuerda de su mamá. O sea, todo el mundo emocional de la pobre mina pasa por el suavizante de ropa. Y se puede inferir que su olor corporal ya es el mismo que el de Suavitel, y por eso el niño la recuerda. Puaj. Y lo peor de ese estereotipo es que muchas veces somos nosotras las que lo perpetuamos, las que nos encerramos en una cocina en vez de pedir colaboración masculina. Si a veces nos pasamos de tontas.

Para el que quiera revisar el post original: http://skeptico.blogs.com/skeptico/2006/01/hes_a_lumberjac.html

6/17/2006

Quien te quiere te aporrea


Acabo de enterarme de que una prima mía se separa. Eso no debería asombrar a nadie, nunca me gustó su marido. El tema es el motivo de la separación. Resulta que esta especie de kuchen desabrido le pegaba con bastante frecuencia. Un ojo morado fue la gota que rebalsó el vaso. La hermana menor de esta mujer ya estaba separada por el mismo motivo. Ambas mujeres son de buena familia, con plata, profesionales ejerciendo su profesión (odontóloga e ingeniera comercial). Pero igual aguantaron un tiempo siendo golpeadas. Y eso ya se escapa absolutamente de mi comprensión. Porque es bien distinto decir "me pegó" a "me pegaba". Puedo entender el "me pegó". Yo no podría asegurar que nunca nadie me va a pegar. Quizás alguna pareja, en alguna circunstancia, me pegue. Pero eso sería. Una sola vez, debut y despedida. La prolongación del sufrimiento es algo que de verdad no entiendo. Pero habría que estar en ese moreteado pellejo para saber qué es lo que impulsa a las mujeres abusadas a seguir al lado de los abusadores. Supongo que hay costubre, vergüenza, miedo, y algo parecido a un retorcido síndrome de Estocolmo. Ejemplo de esto es esa mujer a la que su pareja le quemó los genitales con un alicate al rojo, todo para que ella saliera hablando en su defensa y lo fuera a ver a la cárcel los escasos días que pasó detenido. Al final a ese tipo le dieron pena remitida... Por suerte hubo escándalo y se falló de nuevo, para que pase algún tiempo en cana. Hubo lesiones graves de por medio, fue un acto premeditado y alevoso (ella estaba durmiendo cuando él la atacó), pero la pena es de un par de añitos no más. Sale más barato pegarle a la propia mujer que a un desconocido en la calle. En vez de sanciones se aplican medidas de restricción que nadie fiscaliza. Así es como la mayor parte de los femicidios son a manos de la pareja, y en gran parte de ellos ya mediaba una orden de restricción. Es indignante cómo las mujeres estamos desprotegidas, y eso que somos una minoría del 50%. Violadas, golpeadas, abusadas, maltratadas. Y lo más perverso es que muchas veces nosotras mismas somos las que validamos este tipo de conducta ya sea con un asentimiento explícito o con nuestro silencio. Es siniestro: estamos a merced de cualquiera que tenga mayor fuerza física. La ley no nos apoya. Los que nos deberían proteger no nos creen. Y la sociedad completa no acusa recibo. En la radio cantan "y si ella no se porta bien, dale con el látigo", "hey mami si te portas mal con el palo te voy a castigar". Y pasa piola. Si en vez de mujeres dijeran negros, o judíos, ardería Troya, por discriminación e incitación a la violencia. Pero todos se ríen y encuentran que una es una feminista amargada si se ofende por un chiste machista. Díganme ustedes: ¿cuántas veces han dicho un chiste de negros delante de un negro? ¿O de gallegos delante de un español? ¿O de judíos delante de un judío? Y ahora piensen, cuántas veces han dicho algún chiste machista delante de una mujer. Piensen, cuántos consideran abuso las ofensas verbales en la calle, gratuitas, de alto contenido sexual que cualquier desconocido se siente en el derecho de proferir. A mí me han seguido varias cuadras diciéndome obscenidades. Pero eso queda impune. El agarrón, el manoseo. Todo eso es una forma de abuso. Se parte por lo más pequeño: darse cuenta de que no por ser mujer se está en una categoría inferior. Y nosotras, las mujeres tenemos que dejar de comportarnos como minoría oprimida, dejar de avalar o justificar el maltrato en cualquier forma. De ahí para adelante queda un camino largo, como sociedad. Ojalá logremos recorrerlo.

6/02/2006

El salto del lemming*


* Pequeño roedor del Artico, que según cuenta la leyenda se suicida tirándose de un precipicio si su población crece demasiado.

Hoy ando más dulce que de costumbre. Debe ser que vengo saliendo de un resfrío, y todavía ando hipersensible. Melancólica. Y me dieron ganas de hablar de lo bueno, de lo que hace que hombres y mujeres aguantemos neuras varias, disgustos, enojos y enfurruñamientos. Todo lo malo de la relación hombre-mujer da lo mismo comparado a la sensación de enamoramiento, el minuto exacto en el que caemos redonditas. No sé cómo será esto para los hombres. Y tampoco sé tanto cómo es para las mujeres. De ese momento no se habla muy claramente, no sé si porque es algo muy privado o porque el terror a la siutiquería nos lo impide. Tal como dice un amigo, las palabras relacionadas al amor suelen ser feas. Por eso, cualquier siutiquería o cuafería, les ruego perdonarla. Pero quiero hablar de ese momento en el que todavía no ha pasado nada, pero se huele en el aire que se viene algo importante. Esa espera tensa, en la que la piel llega a doler un poco, como queriéndose escapar para ir a encontrarse con la piel del otro. En ese instante uno toma consciencia de cada milímetro cuadrado de piel expectante, siente el calor del otro aún cuando esté a medio metro de distancia, ensancha la nariz para capturar hasta la última molécula de olor del cuerpo deseado. Los músculos se tensan, sin decidirse entre dejarse ir y simplemente hacer la primera movida o contener todo movimiento, negando toda cercanía, esperando. Y entonces empieza una serie de acercamientos imperceptibles, milimétricos, calculadísimos, camuflados habitualmente por una conversación cada vez más trabajosa. Hasta lograrlo: el roce inicial, que en cualquier otra circunstancia habría pasado desapercibido, pero que en este estado de hipersensibilidad se siente como un relámpago en los nervios. Todo luego es irreversible, y apenas los labios se rozan, viene esa sensación tan inmensa, que muchos han descrito como mariposas en el estómago, pero que tiene mucho de nudo, de vacío, de canasto de anguilas vivas. ¿Cómo no va a valer la pena? Por eso la Naturaleza es sabia, y nos permite olvidar un poco ese minuto, para no transformarnos en infieles compulsivos. Esa sensación enorme se reemplaza después con algo dulce y tierno, la tibia comodidad de la costumbre, tan mirada a huevo. Yo encuentro impagable buscar con mi pie en la cama sabiendo que voy a encontrar el pie de mi novio para trenzarme con él. Pero quizás esto se termine de la manera más dolorosa posible, una nunca sabe. Y es ahí donde el recuerdo de los primeros momentos surge con toda su fuerza, y hace que una se rearme y siga buscando. Sin la memoria de esos minutos adrenalínicos del inicio, quizás una tiraría la toalla con más facilidad y dejaría de buscar para evitar sufrir de nuevo. Pero seguimos, como el conejito Duracell, transformados en lemmings que saltan alegres al abismo.