7/21/2006

Planchas


A quién no le ha pasado confundirse, pajaronearse, irse en volá y quedar en ridículo. Si uno tiene la autoestima bien puesta puede aguantar hacer un ratito el loco, pero en terrenos amorosos la tolerancia al ridículo baja considerablemente. Una trata de mantener la compostura, poner cara de "aquí no ha pasado nada" y adoptar un aire de distante misterio. Mal. Por ejemplo, el tema con toda clase de accidentes fisiológicos da como para una enciclopedia. Yo hasta he fingido un arrepentimiento feroz del tipo "¡No! ¡Esto no puede ser!" para ocultar un indiscretísimo crujido de tripas. Preferí el drama a la plancha. Otra vez tuve que cometer un acto repulsivo. Por primera vez mi Príncipe Azul, ese que no me había pescado en años, finalmente se decidía a besarme. Estábamos en una pieza a oscuras, tendidos en el suelo, cuando por un evidente mal manejo motriz mi querubín me pegó un sendo codazo en la nariz. De inmediato sentí cómo se me inundaba la boca de sangre. La reacción lógica habría sido pararse, ir al baño, contener la hemorragia, etc. Pero no: no me iba a exponer a esa situación de ridículo público. Estoicamente empecé a tragar, con tanta aplicación que mi galán nunca se enteró de que casi me deja a lo Martín Vargas. Lo peor fue cuando salió el coágulo, y me lo tuve que tragar también. Se me llenaron los ojos de lágrimas del asco. Pero al menos él nunca se enteró. Salvé digna. No siempre he tenido la misma suerte: una vez me atraganté con un mondadientes (sí, casi me lo tragué...) y escupí pollo a varios metros a mi alrededor, quedando incluso con un pedazo de pollo en la frente que fue delicadamente señalado por mi acompañante. Ajjjjjjjjj. Y para qué cuento todo esto, por qué esta catarsis pública de mis torpezas. La idea es la siguiente: ahora les toca a ustedes. Cuéntenme sus chascarrillos, propios o ajenos. Hagamos un catastro de situaciones olvidables, de esos momentos antiKodak. Porque todos hemos estado ahí, en esa situación en que te crees lo máximo, lejos lo mejor, más seductor y rico del Universo, la tan codiciada última CocaCola del desierto. Hasta que algo te hace caer al nivel de los mortales y te deja revolcándote en tu miseria. Démonos cuenta: a todos nos pasa. Así que a no avergonzarse tanto y a ser caritativo con las vergüenzas ajenas. Catarsis, ésa es la solución.

7/11/2006

Bate Bate Chocolate...


Sigo pasando por una pésima racha. He llorado hasta la deshidratación, me he quejado amargamente, he puteado de lo lindo. Todo eso ayuda, pero hay algo más simple y decoroso que nunca falla: un buen chocolate. Hay numerosos estudios que hablan de que las mujeres que comen diariamente una porción de chocolate tienen una mejor vida sexual que las que no (http://www.chocolate.org/misc/hot-chocolate.html), e incluso se habla de que un 50% de la población femenina prefiere comer chocolate a tener sexo. Yo no sé si llego a tanto, pero claramente me sube bastante el ánimo zamparme un delicioso Sahne-Nuss, un chocolate caliente bien espeso o un chocolate con avellanas. Cucharear un tarro de Nutella es una experiencia casi mística. Nada más rico que cuando la espesa pasta se pega en el paladar y hay que removerla con la lengua, para finalmente tragarla y sentir cómo va recubriendo tu garganta con una capa aterciopelada de chocolate. De hecho, por su textura untuosa es especialmente apropiada para realizar algunas proezas amatorias. Se puede esparcir en el cuerpo de la pareja, chuparla de los dedos del amante, sorberla desde sus labios, y otros usos que por decoro me guardo. Es la mejor manera de combinar gula y lujuria, siempre tan emparentadas. Y así no hay que optar entre sexo y chocolate, se pueden tener ambos al unísono y alcanzar la perfección. ¿Qué haríamos las mujeres sin chocolate? Porque este es un vicio eminentemente femenino. Conozco hombres chocolatómanos, pero conozco mil veces más mujeres con la misma condición. Desde el humilde In Kat (que malamente se puede llamar chocolate) hasta los chocolates Damien Mercier, pasando por Trencito y esas maravillas redonditas que son los bombones Ferrero Rocher, todos ellos nos hacen felices con tan poco. Incluso hay dietólogos varios que recomiendan chocolate en las dietas, de ese con 70% cacao, llenito de antioxidantes para seguir fornicando hasta avanzada edad. Así que a comer sin culpas y a saturarse de endorfinas, que un placer tan inocente no se puede menospreciar.

7/01/2006

Sed de Mall


Esta semana ha sido mala, para mí y mis amigos. He andado bajoneada, cansada, con típicos cuestionamientos sobre mi vida y llantos en el auto escuchando música bajoneante. Bastante patético todo. Nada me subía el ánimo, y entré en el ciclo autodestructivo de la papa frita y el Mc'Donalds. Hasta ayer. Mi amiga Witch me llamó para que la acompañara a la venta nocturna del Alto Las Condes y fui, recién pagadita. Habían hordas de gente, el estacionamiento estaba llenísimo, para desplazarse había que afilar los codos y olvidarse del respeto al prójimo. Cuando entré a Zara casi me asfixio. Había una fila para el probador que hacía cachirulos por el local. Cualquiera pensaría que era una tortura, pero no. Mi cerebro ya secretaba las endorfinas que me hacían disfrutar el show, toquetear todos los vestidos para encontrar el más suavecito, la polera más transparente, y de mi talla, cosa que no es trivial. Sentía un placer ancestral, mi instinto recolector ronroneaba satisfecho. Cuando la mayor preocupación es encontrar un vestido que no cueste un ojo de la cara, o arrebatarle esa polera con brillitos a esa perra que se va a llevar la última, ni importa si el resto de tu vida anda mal. Por un rato te enfocas en cosas triviales. Y cuando al fin encuentras algo qué llevarte, el placer de la labor cumplida es tibio y reconfortante. En mi caso fueron unos zapatos peluditos, de taco alto, con punta redonda y estampado de leopardo. Maravillosos y prácticamente imponibles, un objeto del deseo. Yo sé que esto es bastante incomprensible para muchos, sobre todo para los del sexo opuesto. De hecho, He-Man lo va a encontrar indignante, me imagino. Pero no saben lo que se pierden. Es superficial, sí. Y caro. Y de verdad no te arregla la vida. Pero como medida remedial inmediata, anda de maravillas. Mis amigos bajoneados no tienen cómo descargarse, lo que hace la rutina autodestructiva muy atractiva. Convengo en que hacer zumbar las tarjetas no es de lo más sano, pero al menos tengo zapatos bellos. Y por último, me gasto mi plata no más. Sigo achacada, pero apenas llegué me puse mis zapatos adorados, y los modelé delante de mi espejo, y pude sentirme el hoyo del queque por un rato. Y ahora voy a salir con mi pololo, por primera vez en mucho tiempo, porque tengo URGENCIA de ponérmelos, y arreglarme, y todas esas cosas que no hago hace rato. O sea que al menos por un ratito me voy a poder sentir con el mundo a mis pies, bajo los tacos estilizados de mis zapatos de leopardo. Y voy a tener un minuto de respiro. Para todo lo demás, existe Mastercard.