3/25/2006

El despecho


¿Quién no lo ha sentido? Yo creo que todos hemos pasado por ese exquisito sentimiento vengativo alguna vez. Llega un momento en que tus ojos se abren, y ese ser humano perfecto que te traía de cabeza aparece lleno de pústulas fétidas delante tuyo. Logras darte cuenta de que simplemente no te pescaron, de que no es que no te llame porque te quiere tanto que está asustado, sino que no se acuerda de tí en semanas. Al principio algo te hueles, pero justificas sus acciones: tiene mucho trabajo, está deprimido, está siempre pendiente de esa amiga que lo llama tanto pero es de puro buena gente, porque sólo tú le gustas. Tus amigas te lo advierten, hasta tu mamá mete cuchara. Pero tú sigues pensando que él es perfecto pero "un poco olvidadizo". Hasta que algo hace click. O él te lo dice de frente, o te lo manda a decir con un amigo o lo pillas con otra... Y ahí, llanto y desesperación. El mundo se derrumba, sientes que sólo él en todo el mundo era tu pareja perfecta, y empiezas a buscar conventos en las páginas amarillas, total tu vida ya está acabada. Pero la vida sigue, y viene la etapa del olvido voluntario. Empiezas a borrar todo lo que te pueda hacer recordarlo. Sacas su número del celular, borras su mail de tu libreta de contactos, quemas sus fotos, lo sacas para siempre de tus amiguitos de messenger. Sólo entonces se hace evidente tu patetismo: su apellido era tu password en todas las cuentas de mail, tenías guardado un mensaje de texto de hace diez meses atrás, le tenías una carpeta especial a sus mails... Y de la pura vergüenza pasas al odio irracional. Y llegamos al despecho.Lo odias, lo encuentras miserable, le clavas alfileres a su muñequito de vudú, le mandas un paquete con caca por correo, le dices a todos que era impotente y precoz, le mandas recados por la radio, imaginas una y mil veces la manera de vengarte. Probablemente te pongas harto más promiscua por esas fechas, para demostrarle que es uno entre mil y que tú sigues siendo tan rica que todos quieren contigo. Después de encontrarlo perfecto, todo lo de él te molesta. Como esa vez que comió papas fritas y no te ofreció, o la vez que combinó mal sus calcetines y su cinturón. Y lo odias, ¡¡LO ODIAS!! ¿Cómo no va a ser delicioso? Dejas de ser una pobre babosa enamorada para transformarte en una fiera ávida de sangre y cortadora de testículos. Después se pasa y vuelves a una tibia indiferencia, pero el depecho ya logró su cometido: darte energías, entretenerte, hacerte olvidar, y cuando ya ha pasado un tiempo prudente, miras para atrás y dices: "¿Y por este imbécil armé todo ese escándalo?". Y bueno, para todas las despechadas, una cancioncita de lo más adecuada. Es de Paquita la del Barrio... Disfrútenla.


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3/24/2006

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa...


Desde tiempos bíblicos somos las culpables de todo. Nos dejamos tentar con una manzanita, y peor aún, tentamos al debilucho de Adán. A nosotras nos engrupió el Señor de las Tinieblas en persona, Adán apenas se hizo de rogar, y somos nosotras las culpables. Arrastramos ese estigma por siglos: casi todo condoro histórico es y ha sido culpa de una mujer. La guerra de Troya fue por culpa de la casquivana Helena, y no por un arranque posesivo y estúpido de Menelao. Y así sigue. Chile envejece, porque las mujeres somos tan egoístas que ya no queremos dedicarnos a parir con dolor un promedio de cinco cabros chicos, y no porque el sistema impuesto por los hombres desaliente el compatibilizar la maternidad y el trabajo, o porque sea más barato un plan sin útero en la isapre. Y claro, de tanto que nos machacan desde la peste negra hasta el alza de impuestos, nos hemos transformado en una máquina de culpabilidad. Nos sentimos culpables por acción y omisión, si un niño sale algo disfuncional la madre se pasa horas comiéndose las uñas hasta el codo culpándose por no haber estado ahí cuando al retoño se le cayó su diente de leche número 22. Seguro que fue eso lo que le malogró la siquis. Por siglos y siglos, la gran culpa femenina fue el sexo. Si cometía la indiscreción de arrancarse con los tarros, ahí venía un arrepentimiento feroz. Si lo pasaba demasiado bien, lo expiaba con caridades varias. Si no le "cumplía" al marido, aceptaba casi con gratitud que él se acostara con otras, así se sentía menos culpable. Pero los tiempos han cambiado. La verdad, a no ser en casos de infidelidad con escándalo o de pornografía en estado etílico, poquísimas se arrepienten de lo tirado y lo bailado. Aunque nada es tan fácil. Con una cosa menos por qué autoflagelarse, nos sentimos vacías. Esto de la falta de culpa nos dejaba sin identidad. Y ahí vino la brillante idea: si no nos remuerde lo bailado, que nos remuerda lo comido. La comida reemplazó al sexo. ¿Qué mujer no se ha sentido un cerdo descontrolado por comerse un chocolate? ¿Qué hombre se siente una mala persona cuando se despacha una parrillada? Tomar café con azúcar en vez de Nutrasweet, comer bistec a lo pobre en vez de lechuga y tomar Coca-Cola normal en vez de light se ha transformado en nuestros nuevos pecados capitales. La expresión más brutal de la culpa es la bulimia: algo así como un exorcismo en clave regurgitada. Cuando las mujeres se culpaban por echarle el ojo al mozo de los caballos, ni se les pasaba por la mente vomitar la comida. Comer ahora es sucio, algo para hacer en privado. Un amigo una vez me preguntó si las mujeres comían completos, porque él nunca había visto a alguna fémina zamparse un hotdog. Es más lícito que te corran mano en público a que te vean en la Fuente Alemana. La serpiente anda por ahí, y ya no ofrece manzanas: ofrece un tarro de Nutella y una bolsa de papas fritas.