10/14/2007

Lo que queremos las mujeres

Por primera vez en la historia de este blog la imagen que acompaña al texto no es una pinup, ni es de estilo vintage. Esto es porque inicialmente este post se iba a llamar “Yo quiero un espartano”. Claro, fui a ver “300”, y salí convencida que eso era lo que yo quería: nada menos que un Leónidas cualquiera, y que se viera igual de rico en zunga. Un hombre capaz de cualquier cosa, que se la juega a fondo, sin pensar en todas las consecuencias posibles, o al menos no dejándose paralizar por ellas. Los hombres se quejan siempre porque supuestamente somos incomprensibles, indescifrables, y nunca saben lo que queremos. Es extraño, porque desde la perspectiva femenina no es tan difícil saberlo. En el último tiempo me ha tocado ver a mi alrededor varias parejas que se deshacen de un día para otro, después de un montón de años juntos. Y todos tienen un denominador común: la mujer es la que toma la decisión, queda feliz de la vida y al poco tiempo se encuentra otro, mientras que su ex llora por los rincones, pidiendo una explicación. Es por eso que le cambié el título al post (aunque no me resistí con la imagen del espartano, insisto: ¡muy rico en zunga!). Quizás decir que queremos un espartano es un poco mucho. Además, no me gustaría que mi hombre prefiriera irse a que lo maten antes que quedarse conmigo… Pero hay ciertos parámetros de base que hay que conservar. Primero: un hombre debe ser sensible pero no tanto tampoco. Si, está bien, sabemos que por mucho tiempo se han guardado los sentimientos, bla,bla,bla. Pero si ya es desagradable una mina demasiado sentimental, ¿por qué asumen que un hombre igual de sensible es mejor? O sea, años quejándose de los ataques de malgenio y las crisis de llanto, miles de chistes burlándose de las quejas femeninas y huyendo como si vieran al demonio con cada frase demandante del tipo “Tú nunca me dices cosas lindas”, todo para terminar siendo iguales o peores que una mina. Porque a nosotras ya nos da cierto pudor ese tipo de actitudes, pero ahora los hombres las enarbolan tan campantes, después de que les parecían tan desagradables. Eso no quiere decir que queramos a un clon de Terminator a nuestro lado, no sean extremistas. Basta con pensar en qué les desagrada de las actitudes femeninas, y evitar ese tipo de conductas. No sé si han visto “Al diablo con el Diablo”, una película donde la Elizabeth Hurley hace de Diablo. El protagonista le pide ser sensible porque se supone que eso es lo que quiere su amada. Y ¡Zaz! Se transforma en un pelmazo que llora con la puesta de sol. Claramente, la amada se va con el primer tipo insensible y sexista que pasa. Mejor emular a Leónidas, que no teme que una viril lágrima ruede por su cobriza mejilla, pero que jamás andaría llorando a grito pelado porque su mina no lo pesca. Si el hombre se pone demasiado mujercita, entonces chao. Porque para mujeres tenemos a nuestras amigas, con las que además nos intercambiamos ropa. Así que el hombre hipersensible e hiperfemenino siempre va a pérdida. Otra cosa que queremos las mujeres es un apoyo. Y no me malentiendan: un apoyo no es una muleta. O sea, nosotras podemos hacer todo solas. De hecho lo hacemos. Pero cuando estamos mal, un empujoncito (aunque sea mínimo) nos reconforta. Es simplemente estar ahí y hacer que la mujer sienta que puede dejarse ir un rato sin que el mundo se caiga por eso. Un abrazo, o un gesto práctico. El hombre con el que estuve los últimos días antes de venirme me ayudó a ordenar mis compacts y a bajar cajas el día de mi partida, y se lo agradeceré eternamente. Si él no hubiera estado igual yo habría hecho las cosas. Pero qué rico que estaba. Mi amiga Barbaridad lo resumía diciendo que su hombre tenía que ser como un compañero de juegos de esos que uno tenía cuando chica. Alguien que está a tu lado en todas, y que por ejemplo cuando te caes y se te pela la rodilla se va al lado tuyo para que te afirmes en él mientras vas saltando en la pata buena y te lleva donde su mamá para que te ponga un parche curita. Otra cosa que las mujeres queremos es alguien que nos cuide. No un guardaespaldas, sino alguien que nos haga sentir importantes. Mi ex siempre se ponía del lado de la calle cuando caminábamos por la vereda. Eso es algo ínfimo pero que me hacía sentir protegida (lo que es bien ñoño, porque cuando camino sola por lo general me voy por el lado de la calle y nunca me ha pasado nada…). Uno de los llorosos pateados contaba cómo él, comprensivo, había dejado que su mujer se subiera a una tarima en una fiesta y se punteara a otro tipo. Eso no es comprensión, es desinterés. Y pueden estar seguros que su mujer así lo sintió. Si una está mal, una espera que su hombre la sostenga, no que le cargue más la mochila. Ya conozco dos casos dramáticos de mujeres pateadas en el peor momento de sus vidas (de verdad momentos atroces, no onda “ay, es que estaba taaan estresada en la pega”). Mi ex era un astro en eso: si mi vida estaba mal, entonces él se deprimía y al final lo terminaba consolando yo. Mal. Otra cosa a evitar: la inmovilidad. En todos los casos previamente mencionados, los hombres confundieron estabilidad con inmovilidad. En siete años (o cinco, como fue mi caso) una cambia. Y harto. Sobre todo a esta edad que todo es cambio. Pero los machos en cuestión seguían IGUALES. No estables, sino que idénticos. Los mismos problemas, la misma ropa, la misma actitud, los mismos chistes, los mismos carretes… ¡hasta los mismos AROS! Entonces ante cualquier cosa se defienden diciendo “Pero si yo no he cambiado”. He ahí el problema. Y da lo mismo las señales que una les dé, como están tan cómodos en su pellejo inmutable, dicen:”Pero si nosotros no tenemos ningún problema”. Eligen no ver la cara de descontento de sus mujeres, ni oír lo que ellas dicen al respecto. Y después se asombran cuando las mujeres se van. Un amigo decía que hay un proverbio chino que en síntesis dice que en las relaciones siempre hay que dar una cucharada de miel y otra de mierda. Cuidado con eso. Las mujeres tenemos serios problemas para digerir la mierda, y la vamos acumulando hasta que nos llega al cuello. Y entonces dejamos la escoba, y agarramos vuelo para donde nos pille el viento. El hombre, mientras su estado de comodidad sea aceptable, prefiere quedarse tal cual. Y por último, y en este caso hablo mucho por la herida, el hombre no puede ser cobarde. No puede ser que la frase de moda sea “es que me da miedo…” (el compromiso, hacerte sufrir, que me hagan daño… complete la oración). Una amiga ya llevaba diez meses de relación cuando el tipo le salió con que tenía miedo. Será broma… Leónidas no se echaría para atrás ante un desafío tan mínimo como tener una relación con una mujer. O sea, se fue casi que con los puros compañeros de curso a defender el paso de las Termópilas. Dudo que se asustara antes de involucrarse con su reina. Entonces resulta que nosotras tenemos que andar pisando huevos, no vaya a ser que digamos o hagamos algo incorrecto y el pobrecito se asuste. Si es que de verdad se asusta y no es una excusa barata para sacarse de encima a una mina que no le gusta. Pero bueno, hacer eso también es cobardía. La peor de todas: me da miedo hacerte sufrir. Paternalismo y cobardía, todo en uno. Si una sufre, cosa de una no más. Cada cual sabrá en qué se mete. Si de verdad les asusta hacernos sufrir, entonces simplemente no nos hagan sufrir. Pero no determinen ustedes qué es lo que nos duele, porque ustedes no lo saben mejor que nosotras. Es justamente ese miedo el que nos duele, el alejamiento al que nos someten. Yo siempre voy a preferir jugarme a concho y ver qué pasa, a la mediocridad de los encuentros tibios. Eso no quiere decir que muera de amor por cada tipo que se me cruce, y eso pucha que les cuesta entenderlo. Yo puedo entender que alguien no me pesque porque no le gusto. Pero si le gusto y me aleja por miedo a lo que puede pasar después… es como suicidarse para no morirse. No entiendo qué tanto les da miedo. ¿Sufrir? Si no es para tanto tampoco, además que si la mujer está interesada no se puede partir pensando que te va a cagar, o si no mejor métete a cura. ¿Hacer sufrir? No les compro su altruismo, es simplemente deshacerse del cacho. Y por último, si eso es sincero, duele harto más que te rechacen por no hacerte sufrir a que eventualmente las cosas caigan por su peso y la relación se acabe. Mejor que cada uno se rasque con sus uñitas no más. Como ven, no son pocas cosas las que encarna Leónidas. Valor, lealtad, sentimientos sin sentimentalismos, además de su valor agregado, que es (insisto de nuevo) verse MUY rico en zunga. Pero si lo piensan bien, supongo que ustedes los hombres buscan algo similar. Una mujer que no sea insoportable, que los sorprenda, que los apoye cuando lo necesiten, que no sea demandante pero que los pesque, y que se la juegue por ustedes. Nada del otro mundo. ¿O sí?

7/23/2007

Virtual

Un hecho innegable es que hoy día las comunicaciones son cada vez más expeditas, más accesibles y más populares. Todos (o casi…) tenemos celular, teléfono, mail, messenger, webcam, skype, etc. Claramente tanto exceso tecnológico termina por modificar las costumbres y las relaciones interpersonales. Es más fácil comunicarse con amigos que están lejos, con amigos con poco tiempo, con amigos ocasionales y cualquier otra categoría. Y dado que somos animales sociales que además dedicamos gran parte de nuestro tiempo en pensar en sexo y tratar de conseguirlo, obviamente esta gama de medios de comunicación nos abre nuevas puertas para inventar maneras novedosas de relacionarnos. Yo desde muy joven he cultivado la modalidad del sexo telefónico. No es fácil: hay que lograr insinuar sin ponerse de frentón ordinaria o escatológica, hay que ronronear y susurrar sin parecer porno barata, usar cuidadosamente el lenguaje para no abusar del eufemismo, la grosería o el exceso de precisiones anatómicas; o sea es un permanente ejercicio de equilibrista. Pero los resultados son bastante satisfactorios. Una vez estaba con una amiga viendo una peliculita romántica (“La verdad sobre perros y gatos”). En una escena, los protagonistas (que jamás se han acostado) hablan por teléfono y sin casi darse cuenta terminan teniendo sexo telefónico. Con mi amiga enrojecimos al unísono y nos dio un ataque de risa nerviosa. Quedó claro que ambas cultivábamos el género, pero como es un tema bastante tabú, nos dio vergüenza verlo tan expuesto. Cuando era más joven me acuerdo de unas conversaciones subidísimas de tono con mi primer amor de adulta, escondida en la cocina. Más tarde ya fui la orgullosa propietaria de un teléfono propio en mi pieza, así que podía camuflarme debajo del plumón y hablar a horas imposibles. El celular terminó con la necesidad de programarse, de esperar en punto fijo. Es extraño: el pudor desaparece si no te miran a la cara. Es más fácil decir cosas subidas de tono por teléfono. No cualquiera llega y dice sus fantasías así como así, al parecer con un aparato de por medio la cosa sale más fluida. Y además se puede jugar mucho. Yo solía usar el buzón de voz con un amor mío. Si él estaba con el celular apagado, le dejaba un mensajito tórrido y le regalaba mi mejor banda sonora. Así combinaba lo obviamente sexual con el factor sorpresa. Delicioso, y perversillo. El Messenger, que yo habría pensado que era más bien incompatible con el erotismo a distancia (mal que mal te ocupa una mano…) ha resultado ser bastante útil. Una vez incluso me metí a un chat y tuve sexo virtual con un desconocido. Raro, eso sí. Sólo aconsejable como experimentación. Porque dado que uno no conoce a la contraparte, a veces salían unas frases espeluznantes de lo más matapasiones. Casi el equivalente para mujer de la conocidísima frase "Dame tu leshe de guerrero". Tuve también una experiencia algo exótica con una webcam. Me hicieron un show. A pesar de que lo encontré grotesco, tuvo un buen efecto al final. Aunque no me interesa una repetición del acto. Demasiado gráfico para mí. Pero bueno, en gustos no hay nada escrito. El mensaje de texto es bueno también. Cuando se recibe alguno que realmente logra su objetivo, se siente ese vacío en el bajo vientre y ese escalofrío tan exquisito que precede a la calentura. Como canapé de aperitivo es lo mejor. Se puede continuar con el mail, que siempre da un poco de vergüenza. Porque es tan fácil caer en la siutiquería o el mal gusto. Por último, si es por teléfono las aberraciones lingüísticas y las torpezas se atenúan con los sonidos y jadeos propios del género. El temita claramente es amplio, y hay tantas modalidades como personas teniendo sexo virtual. Suena aberrante, impersonal, patético. Pero en verdad es entretenidísimo, emocionante, juguetón. Y puede ser dulce, hasta romántico. Y se necesita una confianza total para disfrutar la experiencia sin que la vergüenza te paralice. Siempre es una suerte tener a alguien que logre encenderte con sólo decirte un par de cosas por teléfono.

Pasatiempos (Elogio de la Soltería)

El otro día, en medio de una sinusitis que me tumbó a la cama y me dejó gangosa de por vida, me dediqué en forma minuciosa a ver completita la cuarta temporada de Sex and the City. En uno de los capítulos hubo algo que me llamó la atención: hablaban de conductas secretas, esas que hacen las mujeres cuando están solteras y que dejan de hacer en cuanto se emparejan y viven con el “pierno”. Había una serie de pequeñas cosas cotidianas que pueden parecer irrelevantes, pero que todas vivimos con el placer de la costumbre. Charlotte, por ejemplo, se miraba por horas los poros en un espejo de aumento. Carrie se instalaba a comer galletas saladas con mermelada en la cama. Y así. Una de las primeras cosas a las que una renuncia son esos pequeños placeres secretos y por lo general ligeramente (o francamente) embarazosos y antiestéticos. A la vez, una de las primeras cosas que una realmente resiente es la pérdida de estos mismos placeres. Una amiga mía esperaba ansiosa a que su conviviente se despegara de ella para poder ponerse máscaras cosméticas y sacarse los pelos de los bigotes con tranquilidad. Yo celebro mi soltería realizando gozosamente estos ritos cotidianos. Por ejemplo: dormir con guantes y calcetines para que se absorba bien una crema humectante lo más espesa posible. Demorarme horas en arreglarme y dejar después toda la ropa tirada en el suelo. O comerme un paquete familiar de papas fritas y un litro de helado a cucharadas metida en la cama y viendo tele. Porque nada más rico que comer papas fritas hasta atosigarse, después darle el bajo a algo dulce “para contrarrestar”, y una vez que una se empalaga de azúcar volver a la sobrecarga de sodio. Y nada más indigno que te pillen metida en la cama, rodeada de miguitas de papas "Lays", con la boca café de chocolate y la mirada extraviada en el fondo de una teleserie cebollenta. Una cosa que al parecer es bastante común entre las mujeres (no he hecho la estadística en hombres) es plantarse delante del espejo e inventar diálogos interminables con otra persona. Por ejemplo, una repite alguna discusión, pero esta vez dice exactamente lo que debería haber dicho, agudísimas observaciones, tallas demoledoras, finísima ironía, etc. Y también una se da el lujo de inventar la contraparte, poniendo en la boca del oponente cosas aberrantes y estúpidas, con lo que una realmente se luce por contraste. Penoso, pero entretenido. O el clásico infaltable de bailar (en pelotas, vestida, en pleno striptease, da lo mismo) delante del espejo. Otros clásicos son colgarse del teléfono con alguna amiga para hablar por enésima vez de los mismos temas sin que nadie te mire con cara de horror por gastar tanto teléfono y llorar con las películas cebollas o (peor) con las series indignas de La Red, onda “Lo que callamos las mujeres”. Nada más rico que meterse en la cama, leer una novelita media porno y dejar que tu mano se deslice como quien no quiere la cosa entre las sábanas mientras se fantasea con algún hombre de buen ver. Y uno de mis clásicos, que me da una vergüenza enorme pero que cada vez que lo hago me hace valorar mi soledad: tomar Coca-Cola directamente desde la botella y después eructar con la mayor asquerosidad posible, buscando siempre nuevas duraciones y sonidos más estentóreos. Cualquier hombre me patea al segundo después de uno de esos. Todas las cosas que he mencionado (y un montón más que se me olvidan) pasan a pérdida cuando una se empareja. Porque los instantes de soledad son cada vez menores, la necesidad de mantener una imagen más digna se incrementa. Debe costar retomar la seducción si ya te vieron con una máscara de palta, la zona del rebaje embetunada con crema depilatoria y el pelo con cachirulos o gorro térmico (el que no sabe qué es eso, que vaya y averigüe). La mirada del otro (sobre todo cuando es tu pareja, con las amigas no pasa lo mismo) te inhibe, te juzga todo el rato. Y de todas maneras una prioriza a su pareja por sobre gases molestos y actuaciones esquizoides. Pero cuando se vuelve a la soltería, la soledad se pone un poco más risueña con cada pequeño pasatiempo culpable. Después de todo, es una lata andar reprimiéndose a cada rato. A valorar entonces el tiempo a solas, y vamos comprando Coca-Cola en botellas para ver quién puede decir la célebre frase "La pelota es mía" con un solo y prolongado eructo.

4/08/2007

El vestido en la cartera


El temita me ronda hace rato. Se decantó gracias a un encuentro de mi amiga Witch con una ex compañera de colegio, ex amiga y otras ex características. En su dedo encandilaba un feroz anillo de diamantes, exhibido como premio por su feliz y satisfecha propietaria. Estamos en una edad donde "la roca" empieza a ser un requisito. Se espera que una mujer encuentre marido antes de los treinta en lo posible, o al menos tenga "algo visto pa' casarse", como decía una conocida. Pero ¿por qué plegarse a esta imposición? ¿Cuál es la gracia de desarrollar una personalidad casamentera y colgarse del cuello del primer candidato que pase? He visto suficientes mujeres con el vestido en la cartera, que saltan como si se les fuera la vida en ello a agarrar el ramo en los matrimonios, que guardan celosamente el anillito dorado que sacaron de la torta y que pueden pasar horas pegadas en la vitrina de la joyería Mosso. Entiendo perfectamente que las parejas enamoradas quieran hacer su relación más profunda, y opten por el matrimonio como una manera de cimentar esta relación. Lo que no entiendo es esa ansiedad por casarse a como dé lugar, en lo posible con un niño bien con un buen trabajo. Lo demás se arregla en el camino, supuestamente. Y te ganas ese lugar en la sociedad, el de "señora", que tan cómodo es. Ya nadie te mira con cara de pena o preocupación, dejan de imaginarse que tu vida es o muy solitaria o una orgía perpetua. Ahora encajas. Adoptas de inmediato el look de señora respetable, nada muy excéntrico, todo muy sobrio. Tu modelo a seguir es ser una versión refinada de la Coté López, la imagen personificada de la metamorfosis post casorio que logró pasar de adolescente toplera chula a vieja chula pero recatada con una pura visita al registro civil. Ya nunca más vas a tener que preocuparte de conseguir pareja para los matrimonios. Y puedes dar consejos irritantes con total propiedad: "Lo que pasa es que con mi gordo somos súper conscientes de que la pareja es un trabajo de a dos, ¿cachai? O sea, hay que ceder en muchas cosas. Deberías tratar de comprometerte de una vez y dejarte de andar perdiendo el tiempo". Puaj. Y resulta que era mentira que el resto se solucionaba solo. Ser "señora de" muchas veces viene con un precio muy alto por pagar. Pero bueno, de alguna forma es una cosa por otra, y ellas verán. El tema con estas mujeres nacidas para ser señoras es que nos dificultan la pista a las solteras. Al haber mujeres de esta calaña se tiende a generalizar y a pensar que cualquier mujer lo único que quiere en la vida es tener una relación significativa con el primer picante que se le ponga a tiro. Así nos enfrentamos a toda clase de humillaciones de parte de estos niñitos que se juran la última Coca-Cola del desierto, que le tienen terror al compromiso (¿y quién se quería comprometer con ellos, en primer lugar?) y que se sienten con el derecho de decir lo que se les pasa por la mente con tal de disuadir a esta mujer que obviamente se tiene que estar muriendo de amor por él. Me pasó con un tipo al que yo de verdad nunca le había encontrado ninguna gracia. Más bien lo contrario. Pero en una fiesta estuvimos los dos en el lugar apropiado y en el momento justo, y pasé la noche con él. Todo para que a la mañana siguiente él me mirara muy serio y me dijera: "Supongo que tú sabes que esto queda hasta aquí, ¿cierto?". Me dieron ganas de jugar un rato y finjir un llanto desconsolado, o poner cara de adolorida sorpresa y preguntarle: "Pero... acaso... ¿tú no me amas?" o algo igualmente sicótico, pero no me dio el cuero. Y cuando le respondí que lo tenía claro y no tenía ningún interés en él, me miró con sorpresa, como si la respuesta sicótica hubiera sido más apropiada. Si ellos no se enamoran, ¿por qué asumen que yo sí me tengo que enamorar? ¿Tan alta opinión tienen de ellos mismos? O peor, ¿tan patética me ven? Y que quede claro, yo no soy de las que por sólo encamarse ya quieren pasar la vida entera al lado del chico de marras, ni lo miro con ojitos brillantes ni le imploro que se quede un ratito más conmigo. Ayer, hablando de este tema con una amiga inglesa, ella nos contaba a Witch y a mí que en Inglaterra es al revés. Son las mujeres las que arrancan a perderse ante la primera muestra de intimidad. O sea que no es intrínseco al género esto de arrancarse o perseguir. ¿Por qué tanta ansiedad? Otra amiga está hace rato ya con un tipo que dice que no está listo para comprometerse. Pero en la práctica se ven todos los días, duermen juntos, la llama todos los días por teléfono y seguramente se le caería el pelo si ella se encuentra a otro. Entonces ¿cuál es la diferencia con el compromiso? ¿El nombre? Nos enredamos en reglas tontas, sobrepensamos las cosas y dejamos de lado lo que de verdad importa: disfrutar al otro como venga, sin tanto chicharreo entremedio.

3/10/2007

Despedida de soltera


Las despedidas de soltera son una cosa bastante extraña. Es en definitiva algo así como una oda al falo nunca antes vista. Globitos, tortas, cornetas (era que no), pajitas (también era que no), chocolates, velas, cintillos, reproducciones escultóricas del falo. Concursos de "Póngale el (miembro viril) al burro". Toda una parafernalia falocrática. Y todo esto aderezado por mujeres en manada, gritando, haciendo sonar sus cornetas, etc. Esta despedida de soltera se podría entender en sus orígenes como una especie de rito de fertilidad para la nueva novia, que quizás ni le conocía la cara al aparato aquel. O como una iniciación a los misterios del matrimonio por parte de mujeres mayores. Pero ahora es una bacanal pura y dura, y muy divertida por lo demás. O sea, un grupo de mujeres alcoholizadas alrededor de una novia con un pene en la cabeza es por lo menos surrealista. Hasta acá todo bien. Pero algo como que falta, una sensación de vacío que se acaba con la aparición del personaje central (más que la novia, incluso) de muchas de estas despedidas: el nunca bien ponderado Vedetto (por favor, nótese la doble t). Hay dos opciones: ir al vedetto o que el vedetto venga a ti. En la primera, la manada femenina se desplaza hacia la periferia donde se realiza el show. Una vez en el antro, al lado de una serie de otras manadas iguales a las de una, sigue la alcoholización. Hasta que aparecen ellos: uno por uno van supuestamente cumpliendo nuestras fantasías eróticas. Todo muy gringo: si una tiene la fantasía de tirarse a un bombero o a un monje franciscano, un vedetto de colaless reluciente no va a cumplirla. Aunque el vedetto se vista de policía, vedetto queda. Empieza el griterío, la falsa excitación. Porque ni en bandeja nadie andaría con un mino que usa calzones más chicos que una misma. Pero es gracioso igual, y por un ratito una se la cree, se cree que el Neo de Matrix en colaless plateado realmente es lo más rico que se ha visto, y no sólo eso: además quiere contigo. El item vedetto a domicilio es bastante más impresionante. Porque ver a un tipo contorsionándose delante de 14 minas en un living de 4x3 es todo menos erótico. Pero igual es divertidísimo el show, el desodorante Axe Musk, el colaless, la novia con cara de horror mientras el profesional le bambolea el paquete en la cara. Una cosa que me llama la atención es la inversión de roles clásicos. Ahora el hombre no es más que un objeto desvalido entre tanta fémina buena para el agarrón. Y no sé si me gusta. O sea, en algo da la sensación de igualdad que ahora tanto hombres como mujeres podamos cosificar al otro, pero claramente sería mejor obtener igualdad para el otro lado. No es tanto el hueveo inofensivo, que por último igual hasta el chiquillo lo pasa bien, pero esa onda de "si ya le pagamos, que se aguante los agarrones" la encuentro un poco mucho. Y sólo por el gusto de humillar, porque placer sexual cero en agarrarle el poto a un tipo que te baila al frente. Yo soy acérrima defensora de la despedida con vedetto. Son divertidas, se genera un ambiente de carnaval impresionante. Pero hay que acordarse que el tipo hace una pega, y ya por eso merece respeto. Aunque claro, qué sabe una. En una despedida una de las asistentes contaba la historia de otra despedida donde el vedetto se enojó porque según él las minas eran muy cartuchas. Sus palabras casi exactas fueron: "Ssshi, si a mí en otras comunas hasta me han hecho sexo oral". Fue despedido altiro. O sea, quiere que le paguen Y que se la chupen... el sueño del pibe.

Si alguna planea una despedida y no quieren pastelitos como el chiquillo anterior, recomiendo www.vedettoschile.cl


1/21/2007

El día después de mañana


Tengo una amiga muy querida que tuvo un percance tenebroso. Se le rompió el condón con una pareja algo tránsfuga. Todo mal. Y claro, justo-justo había dejado las pastillas por primera vez en dos años. Pero, responsable ella, tomó inmediatas cartas en el asunto. Dado que el galán de marras tenía que marcar tarjeta, ella fue solita al hospital Salvador para pedir la famosa pastilla del día después. Y ahí empezó el show. Al llegar le dijeron que la famosa píldora costaba $18.000 (cuando por política de gobierno debe ser entregada en forma gratuita en consultorios). Para colmo de irregularidades, sólo aceptaban efectivo o cheque y ella no tenía toda la plata, así que le aceptaron $15.000, sin boleta. O sea, la señorita recepcionista se embolsó quince lucas con la angustia de mi amiga. Después la hicieron pasar con un médico que la humilló innecesariamente. Un tipo joven, de más o menos 35 años. La trató todo el rato como a una delincuente, le preguntó por qué estaba ahí, ella dijo que por ruptura de condón, y el tipo resopló "sí, claro, seguro". No le creía, porque según él estaba lleno de niñitas que usaban la famosa píldora como método anticonceptivo. De verdad la trató pésimo, cuando ella preguntó si la pildorita tenía efectos secundarios casi le ladró que obvio, si era una bomba de hormonas. O sea, tú la maldita perra bastarda que vienes a pedir esta pastilla. Mientras el angelito de Dios que había comprado condones charchas dormía el sueño de los justos. La verdad es que el tipo no tenía mucho que ver en esto, pero es la idea que por el mismo acto sólo la mujer se tenga que enfrentar a esto, a las humillaciones de cualquier imbécil con título por hacer lo que está bien. Porque si ella se hubiera acobardado ante tanta hostilidad, no habría sido el médico el que cuidara esa guagua. Y si a él se le hubiera roto un condón, por cierto no habría tenido ningún asco en conseguirse una pildorita del milagro. Lo que más me indigna es que se sigue estigmatizando a las mujeres, cuando el temita es de a dos. Y hasta cuándo la revuelven con la famosa pastilla, si NO ES ABORTIVA. Impide la fecundación. Pero pongámonos en el caso de que efectivamente lo que impidiera fuera la implantación: los DIU (Dispositivos Intra Uterinos) hacen eso, es totalmente sabido su mecanismo de acción, y nadie se espanta. Claro, gran cantidad de nanas tienen ese dispositivo, imagínenese la debacle en esos hogares Opus si la María queda embarazada, horror. Ahí nadie alega. Pero si alguien responsable toma medidas frente a una situación indeseada como es la ruptura de un condón, o incluso una irresponsabilidad producto de estar ebria hasta la inconsciencia, porque de los arrepentidos es el reino de los cielos, queda la escoba. Porque el tema es que si una ya fue irresponsable, ¿la idea es que de castigo tenga una guagua no deseada? Tóxico para la madre y para la guagua. Yo soy contraria al aborto. Por eso apoyo todos los mecanismos que impidan un embarazo. Pero si vas a sancionar el aborto, por un asunto de moral hay que facilitar los medios para prevenir un embarazo que probablemente termine en eso, con el riesgo para la madre y con la obvia eliminación de un embrión ya formado. Si no eres capaz de asegurar eso, no te quejes de los abortos posteriores. Claro, está la abstinencia, pero es bastante impracticable. Para variar el hombre ahí sale jabonadito. Y después tiene el tupé de juzgar a las mujeres. Hasta cuándo vamos a ser minoría, si somos el 50%. Hasta cuándo vamos a aceptar medidas inquisitorias. Porque aquí "el que menos puja caga un ancla al revés", como tan finamente decía mi abuelo marino. Los que más opinan son hombres célibes. Ya pues, las mujeres tenemos que dejar de ser tan pasivas. Imagínense que esta historia del principio le pasó a una amiga mía, de muy buen nivel educacional, de 28 años. Es cosa de sumar 2 + 2 para saber qué siente una niña de 16 cuando la tratan así. Y ese es el grupo de mayor riesgo. No aceptemos más juicios, que se metan en nuestros úteros como Pedro por su casa. Mujeres del mundo, uníos. Ya, y la corto. Me pasé para panfletaria.



Por si acaso, en mis links está "Anticoncepción de emergencia", un sitio del ICMER (Instituto Chileno de Medicina Reproductiva).