10/14/2007

Lo que queremos las mujeres

Por primera vez en la historia de este blog la imagen que acompaña al texto no es una pinup, ni es de estilo vintage. Esto es porque inicialmente este post se iba a llamar “Yo quiero un espartano”. Claro, fui a ver “300”, y salí convencida que eso era lo que yo quería: nada menos que un Leónidas cualquiera, y que se viera igual de rico en zunga. Un hombre capaz de cualquier cosa, que se la juega a fondo, sin pensar en todas las consecuencias posibles, o al menos no dejándose paralizar por ellas. Los hombres se quejan siempre porque supuestamente somos incomprensibles, indescifrables, y nunca saben lo que queremos. Es extraño, porque desde la perspectiva femenina no es tan difícil saberlo. En el último tiempo me ha tocado ver a mi alrededor varias parejas que se deshacen de un día para otro, después de un montón de años juntos. Y todos tienen un denominador común: la mujer es la que toma la decisión, queda feliz de la vida y al poco tiempo se encuentra otro, mientras que su ex llora por los rincones, pidiendo una explicación. Es por eso que le cambié el título al post (aunque no me resistí con la imagen del espartano, insisto: ¡muy rico en zunga!). Quizás decir que queremos un espartano es un poco mucho. Además, no me gustaría que mi hombre prefiriera irse a que lo maten antes que quedarse conmigo… Pero hay ciertos parámetros de base que hay que conservar. Primero: un hombre debe ser sensible pero no tanto tampoco. Si, está bien, sabemos que por mucho tiempo se han guardado los sentimientos, bla,bla,bla. Pero si ya es desagradable una mina demasiado sentimental, ¿por qué asumen que un hombre igual de sensible es mejor? O sea, años quejándose de los ataques de malgenio y las crisis de llanto, miles de chistes burlándose de las quejas femeninas y huyendo como si vieran al demonio con cada frase demandante del tipo “Tú nunca me dices cosas lindas”, todo para terminar siendo iguales o peores que una mina. Porque a nosotras ya nos da cierto pudor ese tipo de actitudes, pero ahora los hombres las enarbolan tan campantes, después de que les parecían tan desagradables. Eso no quiere decir que queramos a un clon de Terminator a nuestro lado, no sean extremistas. Basta con pensar en qué les desagrada de las actitudes femeninas, y evitar ese tipo de conductas. No sé si han visto “Al diablo con el Diablo”, una película donde la Elizabeth Hurley hace de Diablo. El protagonista le pide ser sensible porque se supone que eso es lo que quiere su amada. Y ¡Zaz! Se transforma en un pelmazo que llora con la puesta de sol. Claramente, la amada se va con el primer tipo insensible y sexista que pasa. Mejor emular a Leónidas, que no teme que una viril lágrima ruede por su cobriza mejilla, pero que jamás andaría llorando a grito pelado porque su mina no lo pesca. Si el hombre se pone demasiado mujercita, entonces chao. Porque para mujeres tenemos a nuestras amigas, con las que además nos intercambiamos ropa. Así que el hombre hipersensible e hiperfemenino siempre va a pérdida. Otra cosa que queremos las mujeres es un apoyo. Y no me malentiendan: un apoyo no es una muleta. O sea, nosotras podemos hacer todo solas. De hecho lo hacemos. Pero cuando estamos mal, un empujoncito (aunque sea mínimo) nos reconforta. Es simplemente estar ahí y hacer que la mujer sienta que puede dejarse ir un rato sin que el mundo se caiga por eso. Un abrazo, o un gesto práctico. El hombre con el que estuve los últimos días antes de venirme me ayudó a ordenar mis compacts y a bajar cajas el día de mi partida, y se lo agradeceré eternamente. Si él no hubiera estado igual yo habría hecho las cosas. Pero qué rico que estaba. Mi amiga Barbaridad lo resumía diciendo que su hombre tenía que ser como un compañero de juegos de esos que uno tenía cuando chica. Alguien que está a tu lado en todas, y que por ejemplo cuando te caes y se te pela la rodilla se va al lado tuyo para que te afirmes en él mientras vas saltando en la pata buena y te lleva donde su mamá para que te ponga un parche curita. Otra cosa que las mujeres queremos es alguien que nos cuide. No un guardaespaldas, sino alguien que nos haga sentir importantes. Mi ex siempre se ponía del lado de la calle cuando caminábamos por la vereda. Eso es algo ínfimo pero que me hacía sentir protegida (lo que es bien ñoño, porque cuando camino sola por lo general me voy por el lado de la calle y nunca me ha pasado nada…). Uno de los llorosos pateados contaba cómo él, comprensivo, había dejado que su mujer se subiera a una tarima en una fiesta y se punteara a otro tipo. Eso no es comprensión, es desinterés. Y pueden estar seguros que su mujer así lo sintió. Si una está mal, una espera que su hombre la sostenga, no que le cargue más la mochila. Ya conozco dos casos dramáticos de mujeres pateadas en el peor momento de sus vidas (de verdad momentos atroces, no onda “ay, es que estaba taaan estresada en la pega”). Mi ex era un astro en eso: si mi vida estaba mal, entonces él se deprimía y al final lo terminaba consolando yo. Mal. Otra cosa a evitar: la inmovilidad. En todos los casos previamente mencionados, los hombres confundieron estabilidad con inmovilidad. En siete años (o cinco, como fue mi caso) una cambia. Y harto. Sobre todo a esta edad que todo es cambio. Pero los machos en cuestión seguían IGUALES. No estables, sino que idénticos. Los mismos problemas, la misma ropa, la misma actitud, los mismos chistes, los mismos carretes… ¡hasta los mismos AROS! Entonces ante cualquier cosa se defienden diciendo “Pero si yo no he cambiado”. He ahí el problema. Y da lo mismo las señales que una les dé, como están tan cómodos en su pellejo inmutable, dicen:”Pero si nosotros no tenemos ningún problema”. Eligen no ver la cara de descontento de sus mujeres, ni oír lo que ellas dicen al respecto. Y después se asombran cuando las mujeres se van. Un amigo decía que hay un proverbio chino que en síntesis dice que en las relaciones siempre hay que dar una cucharada de miel y otra de mierda. Cuidado con eso. Las mujeres tenemos serios problemas para digerir la mierda, y la vamos acumulando hasta que nos llega al cuello. Y entonces dejamos la escoba, y agarramos vuelo para donde nos pille el viento. El hombre, mientras su estado de comodidad sea aceptable, prefiere quedarse tal cual. Y por último, y en este caso hablo mucho por la herida, el hombre no puede ser cobarde. No puede ser que la frase de moda sea “es que me da miedo…” (el compromiso, hacerte sufrir, que me hagan daño… complete la oración). Una amiga ya llevaba diez meses de relación cuando el tipo le salió con que tenía miedo. Será broma… Leónidas no se echaría para atrás ante un desafío tan mínimo como tener una relación con una mujer. O sea, se fue casi que con los puros compañeros de curso a defender el paso de las Termópilas. Dudo que se asustara antes de involucrarse con su reina. Entonces resulta que nosotras tenemos que andar pisando huevos, no vaya a ser que digamos o hagamos algo incorrecto y el pobrecito se asuste. Si es que de verdad se asusta y no es una excusa barata para sacarse de encima a una mina que no le gusta. Pero bueno, hacer eso también es cobardía. La peor de todas: me da miedo hacerte sufrir. Paternalismo y cobardía, todo en uno. Si una sufre, cosa de una no más. Cada cual sabrá en qué se mete. Si de verdad les asusta hacernos sufrir, entonces simplemente no nos hagan sufrir. Pero no determinen ustedes qué es lo que nos duele, porque ustedes no lo saben mejor que nosotras. Es justamente ese miedo el que nos duele, el alejamiento al que nos someten. Yo siempre voy a preferir jugarme a concho y ver qué pasa, a la mediocridad de los encuentros tibios. Eso no quiere decir que muera de amor por cada tipo que se me cruce, y eso pucha que les cuesta entenderlo. Yo puedo entender que alguien no me pesque porque no le gusto. Pero si le gusto y me aleja por miedo a lo que puede pasar después… es como suicidarse para no morirse. No entiendo qué tanto les da miedo. ¿Sufrir? Si no es para tanto tampoco, además que si la mujer está interesada no se puede partir pensando que te va a cagar, o si no mejor métete a cura. ¿Hacer sufrir? No les compro su altruismo, es simplemente deshacerse del cacho. Y por último, si eso es sincero, duele harto más que te rechacen por no hacerte sufrir a que eventualmente las cosas caigan por su peso y la relación se acabe. Mejor que cada uno se rasque con sus uñitas no más. Como ven, no son pocas cosas las que encarna Leónidas. Valor, lealtad, sentimientos sin sentimentalismos, además de su valor agregado, que es (insisto de nuevo) verse MUY rico en zunga. Pero si lo piensan bien, supongo que ustedes los hombres buscan algo similar. Una mujer que no sea insoportable, que los sorprenda, que los apoye cuando lo necesiten, que no sea demandante pero que los pesque, y que se la juegue por ustedes. Nada del otro mundo. ¿O sí?