
Un hecho innegable es que hoy día las comunicaciones son cada vez más expeditas, más accesibles y más populares. Todos (o casi…) tenemos celular, teléfono, mail, messenger, webcam, skype, etc. Claramente tanto exceso tecnológico termina por modificar las costumbres y las relaciones interpersonales. Es más fácil comunicarse con amigos que están lejos, con amigos con poco tiempo, con amigos ocasionales y cualquier otra categoría. Y dado que somos animales sociales que además dedicamos gran parte de nuestro tiempo en pensar en sexo y tratar de conseguirlo, obviamente esta gama de medios de comunicación nos abre nuevas puertas para inventar maneras novedosas de relacionarnos. Yo desde muy joven he cultivado la modalidad del sexo telefónico. No es fácil: hay que lograr insinuar sin ponerse de frentón ordinaria o escatológica, hay que ronronear y susurrar sin parecer porno barata, usar cuidadosamente el lenguaje para no abusar del eufemismo, la grosería o el exceso de precisiones anatómicas; o sea es un permanente ejercicio de equilibrista. Pero los resultados son bastante satisfactorios. Una vez estaba con una amiga viendo una peliculita romántica (“La verdad sobre perros y gatos”). En una escena, los protagonistas (que jamás se han acostado) hablan por teléfono y sin casi darse cuenta terminan teniendo sexo telefónico. Con mi amiga enrojecimos al unísono y nos dio un ataque de risa nerviosa. Quedó claro que ambas cultivábamos el género, pero como es un tema bastante tabú, nos dio vergüenza verlo tan expuesto. Cuando era más joven me acuerdo de unas conversaciones subidísimas de tono con mi primer amor de adulta, escondida en la cocina. Más tarde ya fui la orgullosa propietaria de un teléfono propio en mi pieza, así que podía camuflarme debajo del plumón y hablar a horas imposibles. El celular terminó con la necesidad de programarse, de esperar en punto fijo. Es extraño: el pudor desaparece si no te miran a la cara. Es más fácil decir cosas subidas de tono por teléfono. No cualquiera llega y dice sus fantasías así como así, al parecer con un aparato de por medio la cosa sale más fluida. Y además se puede jugar mucho. Yo solía usar el buzón de voz con un amor mío.
Si él estaba con el celular apagado, le dejaba un mensajito tórrido y le regalaba mi mejor banda sonora. Así combinaba lo obviamente sexual con el factor sorpresa. Delicioso, y perversillo. El Messenger, que yo habría pensado que era más bien incompatible con el erotismo a distancia (mal que mal te ocupa una mano…) ha resultado ser bastante útil. Una vez incluso me metí a un chat y tuve sexo virtual con un desconocido. Raro, eso sí. Sólo aconsejable como experimentación. Porque dado que uno no conoce a la contraparte, a veces salían unas frases espeluznantes de lo más matapasiones. Casi el equivalente para mujer de la conocidísima frase "Dame tu leshe de guerrero". Tuve también una experiencia algo exótica con una webcam. Me hicieron un show. A pesar de que lo encontré grotesco, tuvo un buen efecto al final. Aunque no me interesa una repetición del acto. Demasiado gráfico para mí. Pero bueno, en gustos no hay nada escrito. El mensaje de texto es bueno también. Cuando se recibe alguno que realmente logra su objetivo, se siente ese vacío en el bajo vientre y ese escalofrío tan exquisito que precede a la calentura. Como canapé de aperitivo es lo mejor.
Se puede continuar con el mail, que siempre da un poco de vergüenza. Porque es tan fácil caer en la siutiquería o el mal gusto. Por último, si es por teléfono las aberraciones lingüísticas y las torpezas se atenúan con los sonidos y jadeos propios del género. El temita claramente es amplio, y hay tantas modalidades como personas teniendo sexo virtual. Suena aberrante, impersonal, patético. Pero en verdad es entretenidísimo, emocionante, juguetón. Y puede ser dulce, hasta romántico. Y se necesita una confianza total para disfrutar la experiencia sin que la vergüenza te paralice. Siempre es una suerte tener a alguien que logre encenderte con sólo decirte un par de cosas por teléfono.